Mientras
ahora tú juegas con las estrellas, yo me dedico a custodiar, por ti, el
firmamento. Para que no te hieran el amor con sus esquinas puntiagudas. Para
que su brillo no te ciegue la piel.
Luego,
me doy cuenta.
¿Cómo
no me fijé antes?
Tú eres
una de ellas.
Sus
esquinas puntiagudas no podrían herirte el amor jamás; de la misma forma que su
brillo nunca podría cegarte la piel, si no hacerte, aún si cabe, más
incandescente.
La risa
de las estrellas en la noche siempre me hizo sonreír.
Pero
sólo tu sonrisa consiguió enamorarme, estrella.
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