Creo que, en el amor, todo gira
en torno a la primera persona. No en la primera persona del yo. Voy a tratar de
explicarme.
Últimamente voy adquiriendo cada
vez más consciencia de la cantidad de amor a la que me encuentro expuesta. Amor
que no podría ser definido como “amor en primera persona” por no ser yo la
protagonista. Pero amor que vivo en primera persona por tocarme tan de cerca.
Supongo que, en el momento del
amor, sólo deseas que esa implosión de felicidad y belleza alcance a todo el
que tienes cerca. Yo lo siento, lo vivo y lo hago mío cuando gente a la que amo
se ve envuelta en esa nube a la que podríamos denominar al estado de enamoramiento.
El enamoramiento no es necesariamente el momento en el que eres consciente de
que estás enamorado, ni los cinco primeros años de relación, ni los dos
primeros de matrimonio. Para mí, el estado de enamoramiento se hace presente a
la vez que el estado de enajenación que acompaña a casi todo acto de amor
absoluto.
De un tiempo a esta parte vengo
dándome cuenta de que, sin ser yo protagonista de ninguna historia de amor,
vivo muchas de las que más me tocan en primera persona. Me hago protagonista
intrínseca en mi propia historia y no por el hecho de estar yo enamorada, ni
por el de sentirme la más férrea creyente e incluso defensora de las historias
de amor –el gran problema de la adicción a la lectura es que a veces llegas a
creer que todo relato de ficción puede que una vez no lo fuera tanto–, sino por
el hecho de saber el amor en los ojos de una persona amada.
El amor va más allá de la pareja.
El amor existe en la amistad, en la familia. Existe. Que nadie nos diga nunca
que eso no es amor “del de verdad”.
Y, como venía diciendo, de un
tiempo a esta parte he llegado a la conclusión de que, en mis amigos, vivo el
amor y el desamor como si me fuera propio. Me emociono, me siento bien, a veces
incluso duele y duelo. En el amor de mis amigos, me enamoro yo también. Y
llegará un día en el que –ojalá– sean ellos los que se enamoren también. Un día
en el que mi historia les haga pensar en una historia de amor de novela y,
cuando se den cuenta, sonrían como hoy sonrío yo por ellos sabiendo que, si un
día escribo una novela (todas las novelas esconden alguna historia de amor),
tendré que nombrarles en los agradecimientos por todas las historias de las
que, a mis veinticinco años, estoy siendo protagonista en segunda, tercera y,
sobre todo, primera persona.