Tenías turno los martes y los jueves,
limpiando estrellas,
decías.
Que me había convertido en tu palabra preferida,
pero no sabías cómo nombrarme.
Decías que sólo poseías palabras que se escapaban,
y que las veías huir.
Y tú,
mientras,
corrías detrás
pero nunca llegabas a tiempo.
No sonrío bonito, -decías -
sonrío, y ya.
Y no sabías que tu sonrisa
hacía naufragar barcos de papel mercantes de
palabras.
Que no tenías hueco en mi historia,
- y yo tiré paredes para ti.
Escondías una sonrisa sin final
detrás de unos ojos
que sólo sabían mirar con tristeza.
Decías que nadie se merecía sufrirte,
y huías "porque era lo mejor",
rehusando el derecho a réplica.
-Nadie te enseñó,
entonces,
que huir sin decir adiós,
es aún peor que irse con un beso en la mejilla.-
Decías, como Guido le dijo a Dora,
que sólo si enloquecieras podrías haberme dicho
que hubieras hecho el amor conmigo,
delante de mi casa,
todos los días, durante el resto de tu vida.
Y aquella otra vez, dijiste:
"Sepa usted, allá donde esté,
juega conmigo, empieza mi turno.
Buenas noches."
Buenas noches."
Y me dejaste buscando estrellas emergentes cada noche de martes y jueves.